viernes, 27 de mayo de 2011

AMBULANTES CAPITALINOS DEL SIGLO XXI

Por la inclemencia de las lluvias de estos días que nos azota a todos, se nota su presencia en las calles, como si fuera normal.

Aunque ocultos por las sombras nocturnas, al mismo tiempo son muy evidentes desde tempranas horas. Cada día se multiplican por todas partes. Seres cuya única identidad es su mercancía. Así esta mercancía lo sean sus atributos artísticos, su creatividad para sobrevivir. La mendicidad como arte.

Por necesidad se instalan en cualquier sitio. Donde puedan ofrecer sus artículos u ofrecer su arte como forma de supervivencia. Personajes casi sin rostro, sin lugar estable. Es increíble verlos crecer por todos los rincones de la capital. Negocian ilusiones. Con lluvia o sol, deambulan con sus mercaderías y sus carencias.

CARRETIANDO

Abastecidos por grandes mercaderes. Distribuyen olores y sabores de cosecha. Giran el circuito de la ciudad voceando los variados nombres. Llevan en sus carricoches la madurez de frutas al viento. El círculo se cierra. Deben vender esta y la siguiente cosecha. Saben que al comenzar, todavía están verdes. Al cierre, han perecido. Están invendibles, podridas.

FLORESCIENTES

La sabana: flores, vacas, asfalto. Y, praderas inundadas. Las flores se exportan. Unas pocas, tal vez las de menor calidad, se venden por las calles. Allí están ellos. Ofrecen sus colores y formas en los lugares más insólitos. Van adornando los espacios. Hasta quedar mustios.

TRABAJOSOS

Pasan trabajos para lograr un espacio. Trabajos para hacerse notar. Para encontrar el comprador. Para competir. Para huir de la policía. Para mover sus chécheres. Para cuidarse entre sí de otros que también están en el rebusque cotidiano. Para coger fuerzas de comenzar un día cada día. Para descansar unas horas cada noche. Por siempre.

COMUNICACCIÓN

El tiempo es oro. Horas. Minutos y segundos. Y, se vende. Se oferta a 200 el minuto de comunicación interhumana. Para decir siempre lo mismo. Para informar estoy aquí y sigo igual. Así, como en la ilusión de las pompas de jabón. Así como se pasa la vida en el desgaste del tiempo. De los calendarios. Pero la ilusión también tiene compradores. Y vendedores.


MERCOLORES

Si algo impresiona, es el contraste del asfalto y cemento contra el color. De las flores y frutas. De vestidos y parasoles. De plásticos y lanas. De carromatos y carricoches. La mercancía del color tapiza las vías. Vende. Colores de vidas grises.


DEGUSTAR

La oferta al paladar se exhibe. Entra por los ojos. También por el olfato. Se entremezclan sabores y colores. Se convoca al convite a gritos y cantos. Todos los tonos de voces se dispersan por las calles. Vocinglería que nombra alimentos y bebidas artesanales o industriales. Todo en realización. Todo en la calle.



NIÑA

Se desplaza al ritmo del cambio del semáforo. Rápida. Se le nota la felicidad. Ofrece galletas de empaques de colores. Trabaja para su madre y sus hermanos. A sus siete hermosos añitos. Unos le compran. Otros critican a su madre. Otros los vemos crecer en cada aglomeración de vehículos. Niños y niñas como ella. Hijos de desplazados. De los sin fortuna. De los condenados a adornar los semáforos que también repiten en segundos sus colores de alertas.

REBUSQUE

Hoy. El día se impone. Se debe ganar algo. Aruñar en el montón de ofertas, un pedacito. ¿Qué vender? Esa es la cuestión. Y, así se van los años. Buscando el comprador y la mercancía. Así se llega hasta la venta de uno mismo.


ESTATUAS

Permanecer en quietud. Estáticos. Pareciera que están sin afán. Solo muestran. Vestimentas múltiples. Maquillajes que hacen la metamorfosis. Aparecidos. Rutina de vestirse y revestirse en las esquinas. Rumian su mirar de los ríos humanos que se agitan en las avenidas céntricas de las calles capitalinas. Vigilan el caminar veloz de los transeúntes. Su esperanza: llamar la atención de los niños de todas las edades. Y, escuchar el tintineo de una moneda en el fondo de su corazón.



MUJER

Las posibilidades de sobrevivir ellas y sus hijos, están en sus manos. Unas aborígenes andinas y sabaneras de atuendos exóticos y rostros curtidos, comerciantes o mendigas. Otras expulsadas de los campos por el conflicto, arrojadas a la caridad pública y al rebusque. Recorren las calles de la ciudad buscando un nicho de mercado. Llevan sus hijos de variadas edades que mueven a la compasión. Se hacinan en andenes y ángulos de plazas ofreciendo su principal mercancía: la miseria. Compiten entre sí.















LA CALLE
















El cemento. El asfalto. El ladrillo. Se conjugan la dureza del suelo a la intemperie. Allí arman sus instalaciones. Pareciera la exhibición de una performance cotidiana. La ropa china o india. Los tenis de marca. Las bisuterías de metales y vidrio. Hasta los libros y las revistas resisten esta vitrina espléndida a campo abierto y luz propia.